Foto por Flores Jáuregui |
Por Flor Codagnone
Hay una frase de Helene Cixous con la que me topé en la víspera de esta presentación. Es que estos días me fui encontrando con diferentes textos, que de algún modo u otro, podrían relacionarse con Una fiesta sepultada o dialogar con él o interpelarlo. Dice la pensadora argelina: “la larga fiesta de la muerte que llaman su vida” y en esa sola frase parece resumir algo de lo que profundamente se juega en este libro: Que toda pulsión, o mejor, que toda elección de la muerte de un amor, conlleva un deseo de vida.
Hay una frase de Helene Cixous con la que me topé en la víspera de esta presentación. Es que estos días me fui encontrando con diferentes textos, que de algún modo u otro, podrían relacionarse con Una fiesta sepultada o dialogar con él o interpelarlo. Dice la pensadora argelina: “la larga fiesta de la muerte que llaman su vida” y en esa sola frase parece resumir algo de lo que profundamente se juega en este libro: Que toda pulsión, o mejor, que toda elección de la muerte de un amor, conlleva un deseo de vida.
Porque como indico en la contratapa: ¿Qué
es una fiesta sepultada? ¿Un oxímoron? ¿Un gesto de terrible goce? ¿O de
terrible ambigüedad? ¿Un equívoco? Y,
¿qué es lo que se produce cuando se entierra una fiesta, cuando se inhuman un
amor, un otro, una canción que es al mismo tiempo baile y desamparo? Enzo
parece enseñarnos que allí donde la presencia puede resultar incluso violenta y
la ausencia, un exceso, hay la posibilidad de un nombre, de una voz, de una
poética.
Entonces, cuando
hablamos de Una fiesta sepultada
hablamos de posibilidad.
Y hablamos
también, de la caída.
En los primeros
poemas, el yo poético repite una y otra vez “la fórmula suave de hacerme caer”,
caída, sostén, vacío. Hay en este libro, el registro del derrumbe de un amor,
que incluso puede apreciarse en la forma de algunos poemas, pero también hay
algo de lo queda después de la destrucción.
Cada una de las tres partes que componen este libro están separadas por
páginas que van del negro al blanco. Esa elección no es inocente. Tiene que
pasar la fiesta del duelo. Negra, gris, podrida, llena de palabras, para que
haya algo nuevo.
Y en ese transcurrir, los poemas de Enzo
–que van del amor al desamor y viceversa y que atan y desanudan un vínculo
amoroso– nos interpelan el cuerpo y más allá, la carne. Y nos atraviesan o martillan
y nos dejan muchas preguntas.
Quizás porque el mismo yo poético nos
permite plegarnos a las suyas. Quién no se ha preguntado como él: «Qué hacer /
cuando el amparo / se vuelve un paisaje /insostenible» o «Qué pasa cuando acaba
el show». O «¿qué fue de vos?». Hay en
estas páginas algo de lo individual de un goce, de la intimidad que suponen un
amor y una falta, con las que el lector puede identificarse.
Y hay también una clave psicoanalítica en
todo esto. El libro empieza y termina con Lacan, un gesto más que interesante.
Si uno de los epígrafes de Una fiesta
sepultada indica aquello que Lacan dice en el Seminario 11: «Si eligen la
libertad, entonces, la libertad de morir», Pablo Peusner en el epílogo termina
con otra de las frases del francés: «Yo no soy poeta, soy poema».
Para
terminar quisiera decir que Una fiesta sepultada es
también una promesa de futuro: una voz masculina con mucha proyección. De modo
que, larga vida a ella.