Presentación de Los descampados por María Magdalenaen en El sigma

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  Cada historia de amor tiene una música que le pertenece. Y la poesía, a su vez, es un idioma musical en el que pulsa la melodía íntima, propia de la lengua de quien escribe. Enzo Amarillo compone poemas como si fueran canciones, y así va trazando el recorrido de un (des)encuentro amoroso que revela su paradoja universal: insistimos en el amor aun sabiendo que se trata de la unión de dos seres sujetos al tiempo y sus accidentes, al decir de Octavio Paz.

  Ese es el escenario vital donde transcurre Los descampados, un teatro habitado por el fantasma de quien ya no está, donde el resguardo es una espera que se anuncia interminable. Pero la palabra poética emerge como otro modo más vivible de hacer con la ausencia, y allí resonamos, al ritmo de su escritura: ¿Qué queda de mí esta noche / si todo se va? / un escenario ajeno: / aquella música vecina / habla de nuevos días / y este sueño en pausa / atasca el andar / de algo que se escribe (contratapa del libro).

  Los descampados es el resultado de un trabajo poético sobre las huellas, los rastros que quedan tras la noche del desamor. La herramienta del poeta es la palabra. ¿Curan las palabras? ¿Reparan la herida que nos constituye como sujetos? No lo sé. Pero, como dice el escritor Fabio Morábito, no se puede escribir llorando.

  Hay una decisión subjetiva, quizás incluso ética porque supone a un sujeto actuando, en el poeta. En el quehacer del poeta que detiene su llanto y se pone a escribir. Es una apuesta, también, a que allí donde hay sólo desierto pueda emerger una escritura posible, como signo vital en el puro descampado. ¿No es lo que nos muestra la imagen de tapa? Hojas, plantas, ramas, flores que emergen sobre el fondo negro del descampado.

  ¿Y qué es el descampado? Busqué su significado en el diccionario. Me quedo con esta definición: A campo raso, a cielo descubierto, en sitio libre de tropiezos. La elijo porque su contrario podría ser una cierta definición del amor: ¿acaso no es un terreno plagado de tropiezos?

  Escribe Enzo en uno de los poemas del libro:

Estás pidiéndome que esté.

Una súplica no dicha,
los ojos tras un velo.

Es tu modo maquillado,
un altar, la penitencia.

Te puedo ver.

Estás acá, a tres pasos
de decir que me querés

Para volver a esconderte.

  Ese es el terreno plagado de tropiezos en el que nos adentramos con el amor. Palabras que se dicen a medias, confesiones inconclusas, lo imposible de la completud que nos hace retroceder ante el encuentro con el otro. No hay descampado posible entonces, si nos atenemos a la definición del diccionario. Lo que hay es territorio incierto; a cielo descubierto, sí, pero también la decisión ética y poética de convertir el desamparo en una presencia que acompañe, como dice otro poeta, Roberto Juarroz.

  Tomé, para la escritura de la contratapa, una cita de Octavio Paz de su libro La llama doble. Quisiera compartirles otro fragmento, que resuena con los poemas de Enzo:

“Somos tiempo y no podemos sustraernos a su dominio. Podemos transfigurarlo, no negarlo ni destruirlo. Esto es lo que han hecho los grandes artistas, los poetas, los filósofos, los científicos y algunos hombres de acción. El amor también es una respuesta: por ser tiempo y estar hecho de tiempo, el amor es, simultáneamente, conciencia de la muerte y tentativa por hacer del instante una eternidad. Todos los amores son desdichados porque todos están hechos de tiempo, todos son el nudo frágil de dos criaturas temporales y que saben que van a morir”.

  Y Enzo, desde su libro, nos dice:

No podemos saber
qué accidente nos deja
heridos, dónde hay batalla,
qué nos destierra o delata
si destruimos el tiempo
antes del instante
tiembla y se abre
la historia de una cicatriz
siempre que se busca.

  Si ambos poetas resuenan en sus escrituras es porque comparten, compartimos, ese tropiezo universal llamado amor. Retomo la pregunta del poema: ¿Qué queda de mí esta noche / si todo se va?

  La respuesta nos la da Enzo a través de su libro: lo que resta, cuando todo parece irse y desvanecerse, es la historia de una cicatriz en la música de la poesía. Como rastro, muchas veces, del torbellino del amor. ¿Se va del todo, entonces, también el amor?

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